Alvaro Miranda Buranelli
 
POEMAS SELECCIONADOS
M. OLIVAR ARANDA
de EL MUNDO NO ES COMO UNO LO USA

 

 

DEL HOMBRE LA COLA DE PERRO

 

                  (asistía a las proyecciones color de la vida
                  donde nunca se sabe qué papel cumplir
                  señores y señoras se confunden: visten disfraces equivocados
                  se intercambian, se retiran sin saludar al auditorio
                  que – nunca supe la razón – aplaude entusiasmado
                  los actores no se detienen a participar en actividades
                  suplementarias, hierve interiormente una llama
                  retornan preguntando si la actuación ha sido convincente.
                  En esas proyecciones me retraso
                  seguramente es divertido responder a sus preguntas)

 

En ocasiones confundido con alguno de los actores
les dije que era yo o mejor que yo no era el que pensaban
sin atenderme
me llevaron a la mansión y me arrojaron vestido a la piscina
una mujer se desnudó y se arrojó sobre mí
era una situación incómoda, no podía respirar
bajo el cuerpo de la mujer que me aplastaba
el agua se retraía como un tamiz
debajo de las piernas de la mujer estiré un brazo
me rescataron tres jóvenes: aplaudían, reían, canturreaban,
en el jardín bailaban borrachas dos mujeres
cuando descubrieron que yo no era el que pensaron que era
me pusieron una cola de perro colgando de los pantalones
prendida con alfiler en la tela mojada
caminando inseguro al borde la piscina
todos se reían del perro; era un buen perro mojado
con su cola mojada entre las piernas
un señor llegó hasta mí dándome un hueso
quizás de ave o de cordero – me sujetaron los brazos
empujaron el hueso hasta el fondo de mi garganta
no podía respirar; cómico en mi cola de perro
en mi hueso atragantado en la garganta
las risas crecían como olas tempestuosas
mi corazón se agitaba en un torbellino profundo
gritando arranqué de la garganta el hueso
me pareció que arrancaba el corazón
pero mi pecho estaba sano, apenas sucia la pechera
quizás el lazo algo torcido
se divertían los señores, crecía el entusiasmo
me llamaban: perro, perrito, lindo perrito faldero
una muchacha se acercó y quitó el aderezo
me pareció que lloraba  - ¿o era la lluvia o el champagne? –
si habló cerca de mi oído apenas sentí la calidez de sus labios
habían sido tiempos muy duros y ahora
llega la diversión – gritaba el calvo
pasarían los días y yo sabría algo más
esa sensación de haber llegado tarde o que la fiesta no era para mí
proyecciones como ésas, todas las veces
las miradas de borrachas bailando en el jardín.

 

 

 

 

MISS PENELOPE HOLT

 

Si fuera minero en Arkansas, pescador, periodista, herrero o
soldado muerto en la trinchera
si los ojos que miran miraran los míos
si llegara a tu centro, Penélope Holt
¿puedo yo permitirme esa travesura, señorita?
¿puedo yo?
¿aspirar el enjambre caliente en el rostro?
¿se me permite ver tu suave alfombra de Ohio?
si tus ojos ahora se detienen y miran señorita Penélope
ciérralos para recordar mi nombre (¿era minero en Arkansas,
periodista en Saginaw, soldado moribundo en la trinchera?)
¿fui perfume de niebla abrazando el susurro de tu noche en celo?
¿ardí la llanura de tu carne? ¿remé tu rostro surcado de nubes?
¿levé anclas desde el fondo de tu pecho? ¿abominé de mi nombre
de pescador, de gitano, de usurero?
bajo cada ala de tu sueño decía para mí:
¿puedo atreverme a ser soldado para la señorita Penélope Holt?
¿puedo yo atreverme?
¿a provocar la ira en el rostro que amé para siempre?
yo, la piedra en el estrecho pie de la señorita Penélope
yo, el musgo que lame la roca que lo desprecia
¿puedo atreverme a decirte: soy el hombre que amaste
si cierras tus ojos para recordar mi nombre?.

 

 

 

 

LA REMOTA

 

Furia azul de la remota
entregada entre los remos al borde de un río
furia azul de la remota
desnudada suavemente por las crestas de las olas
de apariencia silenciosa, la remota
cruza el cristal acuático, se sumerge en el espejo
espera el saludo de los prados.
Llanto gris de la remota
lágrimas secas en su cara de yeso
recorre bajando la mirada
el lugar donde murió la doncella
acostada entre tréboles y margaritas.
Odio verde de la remota
en la plaza de San Juan gastando esperas
de manos apretadas,
de uñas que se hincan en la carne.
Odio verde de la remota
sentada bajo un árbol en la tarde veraniega,
la plaza desnuda y ardiente
sin ojos que la observen.
Furia azul de la remota
a la primera insinuación de la mirada
la presencia lejana que se acerca
como en otras tardes.
Odio verde de la remota
la piel, la mano, la pistola
el seco estampido que rompe la tarde
el hueco que queda
el cuerpo en el polvo de la plaza desnuda.
Satisfacción roja de la remota
la pistola al pie del árbol
felicidad roja de la remota
saber que los remos no batirán más el agua
no habrá espejos.

 

 

 

 

MORIR A LOS SETENTA

 

Morir a los setenta
irse desgranando
caer despaciosamente
devolver el esqueleto a la tierra
que lo espera
irse encaneciendo
dejar los músculos endurecidos
cansar el corazón
pasito a paso
devolvernos a la tierra
llevar los ojos en el puño
aproximarse a la orilla turbia del Leteo
mirar atrás o no mirar
caer despaciosamente
irse desgranando
morir a los setenta
heridos de tropezar en las estacas
blanda la carne que fue fuerte
pálida la mejilla antes sonrosada
pesados de andar
ya sin miedo a morir
ver en la muerte una vieja conocida
abrir la puerta cuando llegue
a los setenta morir
antes o después
irse

en ese rumbo vamos todos.

 

 

 

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